Anorexia y bulimia
No comemos porque tenemos hambre, como comúnmente se cree. En lugar de comer lo que encontramos como los animales, rebuscamos de las maneras más extravagantes el objeto de nuestro deseo. Como dice Jacques Lacan: el animal busca en línea recta el objeto de su necesidad, el hombre rebusca de manera curveada el objeto de su deseo. Porque los hombres y las mujeres primero eligen, después combinan, más tarde condimentan y luego cuecen los alimentos, pues van más allá de la mera recolección. Roland Barthes ya mostraba en sus originales reflexiones que “la alimentación está estructurada como un lenguaje”. Una alimentación que está regida por dos leyes: 1) el empobrecimiento y la inconformidad y 2) el enriquecimiento y sus variaciones. De manera que si la alimentación se fuera empobreciendo, como se empobrece una lengua, los seres humanos acabarían por comer el mismo alimento, el alimento de los alimentos, que consumiría sólo por su valor alimenticio, como píldoras de vitaminas y minerales, o como proteína humana, como en la película de ficción Soylent green (1973), que en español se proyectó como Cuando el destino nos alcance. Así, como el alimento de los alimentos se intentó crear y enseñar a todo el mundo la lengua de las lenguas, un compendio de todos los idiomas, para lograr la perfecta comunicación entre todos los seres humanos y acabar de una vez por todas con la ambigüedad del lenguaje, con el goce de la lengua. Este fue el “esperanto”. Sólo que como los seres humanos no tenemos ninguna prisa de comunicarnos ni de comprendernos, el esperanto no progresó. Tenemos fijación por los alimentos de la infancia, como la leche, que según los nutriólogos es el alimento más bajo en calcio, pero que su consumo muestra que el planeta entero no ha sido destetado. También existe una pasión por los alimentos de nuestra tierra y los guisos de nuestra madre (“Yo sin chile no puedo vivir”). Como diría Gaston Bachelard: todos esos alimentos de la tierra y el origen tienen en nuestro deseo un valor irremplazable. Pero hay otra ley que funciona de manera opuesta, tanto para la alimentación como para el lenguaje: la variación. Los humanos procuramos variar nuestra alimentación, intercambiamos platillos con nuestros vecinos o comemos en la calle. Lo original y lo nuevo es tan importante en la alimentación como en el lenguaje, por esos vivimos recreándolos. Renovamos nuestra alimentación como nuestro guardarropas y nuestras expresiones verbales (chistes, dichos, albures, modismos, chanzas, piropos), pues nos cansamos de lo mismo. Lo mismo pasa con múltiples expresiones familiares que no circulan en la calle, puesto que nadie las entiende. La ley de la uniformidad es una metáfora, es decir, una sustitución al infinito de un alimento único, una especie de leche materna que contiene todos los posibles alimentos del mundo. Unos versos de un enamorado lo evocan: “Déjame ver el alimento del mundo / las vacas místicas pastando en el mar”. La ley de la variación se rige por la metonimia, es decir, el deslizamiento de objeto en objeto. Al principio, las diversas comidas, aunque con distintos sabores, se pueden definir en general como papillas. Después, constituyen el conjunto de las sopas. Más tarde, los cocidos fueron evolucionando hasta llegar al pan. Las dos leyes se oponen. El resultado es que cada país tiene su propia alimentación: el pan francés, el arroz chino, la pasta italiana, la paella española, el mole mexicano, etcétera. Los diversos platillos obedecen a los días festivos del calendario, cual si se tratara de las reglas de conjugación de las lenguas grecolatinas, como la nuestra. También hay comidas burguesas y comidas proletarias, donde el arte culinario se mezcla con la economía y la política. Por ello, a los poetas culinarios les debemos la revolución de los modelos establecidos: la singularidad, la originalidad, lo exótico que rompe la regla. Es posible hablar de vocabulario, gramática y sistaxis de la alimentación. Así los alimentos pueden ser dulces o salados, líquidos o sólidos, frescos o fermentados. Sus formas son tan variadas que es imposible describirlas aquí. Baste con recordar que el escritor Italo Calvino, en su cuento Bajo el Sol Jaguar, una historia que se desarrolla en la hoy tan lastimada Oaxaca, descubre que en esa región existen 360 platillos típicos.Los alimentos se agrupan sintácticamente, se ordenan y se combinan a través de reglas fijas que rigen a las comidas. Los seres humanos comemos en ciertos momentos y lugares, según reglas precisas. Muchas veces hasta en la misma silla y lugar de la mesa de todos los días. Pero las comidas se diversifican según las horas del día, las estaciones del año y las fiestas religiosas y cívicas. A partir de la ley de la cultura que prohíbe el incesto, regula las relaciones de parentesco, introduce la ley del lenguaje que es la gramática y la diferencia de los sexos, según Freud, Lévi-Strauss y Lacan, es necesario el intercambio de las mujeres y los productos de la caza, la recolección o la siembra, que más tarde, con la adopción de la moneda como símbolo permite la invención del comercio. La alimentación es desde su origen prisionera de la función simbólica, es decir, de la ley del lenguaje que regula el deseo. Si la anoréxica come nada, la bulímica come todo, todo el tiempo. Tanto la una como la otra responden a una demanda de la madre, un pedido infinito de que la coma a través de lo que le da a comer. Por eso la anoréxica no quiere llenarse, y la bulímica no quiere estar vacía. Desde luego que lo lleno y lo vacío son fantasmas, que se refieren a un mismo vacío: el que la madre dejó al vaciarse, al parir y arrojar al mundo al hijo(a). Lacan habla de la anoréxica porque las mujeres tienen un vínculo privilegiado con sus madres. Pero también hay hombres anoréxicos. Y es que la dificultad de la introducción de la diferencia que introduce la ley paterna a través del Nombre-del Padre, que prohíbe el incesto, es rica y variada en trastornos orales y alimenticios de toda clase. Los hombres y las mujeres, cuando vienen al mundo, tienen necesidad de leche, demanda de amor y deseo de la madre. La leche es el puente entre dos registros: el instinto y la palabra. Un recién nacido se muere si no recibe con la leche su ración de amor. Porque los hombres y las mujeres no sólo se nutren con los alimentos, también con las caricias y las palabras de amor. Los niños comen también las miradas y las voces de sus madres, por eso aprenden a hablar. Al principio, la lengua es idiomática, privada, que no desemboca en el lenguaje socialmente compartido, de la manera en que la alimentación se reduce sólo a la leche, hasta que se introduce un tercero que interrumpe la íntima relación del niño(a), sin mediación, con la madre. Es difícil comer solo. Siempre se come por alguien o contra alguien. La comida es una enciclopedia en la que podemos consultar todas las historias de una familia: el cumpleaños, la cena de Navidad, la comida campestre, porque revela la relación sexual de los padres y la relación incestuosa de cada uno de los hijos y de los padres. Gracias al alimento pueden pasar del odio al amor. Esta es la manera en que la fiesta totémica se cumple como un mito, para darle sentido y comprobar que el goce incestuoso existe, gracias al lenguaje y al símbolo, en la que el padre es asesinado y devorado por los hijos, que comen con los demás hermanos, porque se aman después del crimen, como principio de la fiesta totémica simbólica (Freud, Tótem y tabú, 1913).