LOS CAMINOS DEL IMPERIO (1)

Invocando la libertad de comercio que “debía” existir entre las naciones, los ingleses introducían el opio a China, a pesar de la prohibición expresa del emperador de ese país. Por ello, sus autoridades se vieron precisadas en 1839 a incautar y destruir las provisiones de ese narcótico. Ante ese hecho, la “pérfida Albión” declaró la guerra, que se conoce en la historia como la Guerra del Opio (1839-1858). Luego de bombardear incesantemente Cantón, Fuchow y Shangai, China se verá obligada a abrir sus puertos sin restricciones al comercio extranjero; ceder a los ingleses la soberanía de Hong Kong y otorgar extraterritorialidad a británicos y estadounidenses, quienes no podían ser juzgados sino por tribunales de sus países en asuntos criminales y por sus propios cónsules en materia civil.
Ahora, hipócritamente, el capitalismo se asusta de sus propias obras. En el siglo XIX obligó a China a consumir el opio; también por doscientos años prohijó en todo el mundo su uso indiscriminado como medicamento, a sabiendas de su efecto adictivo y destructor. En el siglo XX inventará las anfetaminas para que los aviadores, en la Segunda Guerra Mundial aguantaran la falta de sueño por los continuos bombardeos que eran obligados a realizar; también el gobierno estadounidense incorporó el consumo de la marihuana entre las tropas aliadas, para que sus soldados llegaran a soportar los horrores de la guerra. Ante la urgencia de proporcionar enormes volúmenes del estupefaciente a sus soldados, los americanos convertirán a México en su principal proveedor. También actuaría así en las conflagraciones de Corea y Vietnam.
Durante las respectivas posguerras, a consecuencia de esa política, una legión cada vez más numerosa de excombatientes demandará el alivio para sus adicciones y para ahuyentar los fantasmas de la guerra que no los abandonaban. Asimismo, para que sus clases medias, evadieran sus frustraciones, instigará el consumo de psicotrópicos en la llamada generación hippie, y será también el medio ideal para domesticar la rebeldía de las minorías negras.
El negocio de la droga alcanzará por tanto, dimensiones planetarias. En nuestros días el monto del comercio mundial de la droga se considera del orden de los 600 mil millones de dólares. Un negocio de tal magnitud es impensable sin el control financiero y logístico de los respectivos gobiernos que no lo abandonarán a manos de simples particulares, así sean éstos, consorcios internacionales.
No es posible imaginar a unos emprendedores traficantes latinoamericanos que lleguen a las ciudades del mayor país consumidor a instalar estanquillos para su venta al menudeo, sino que mediante la anuencia o el disimulo de las autoridades, operan canales de distribución a escala nacional, los que a su vez proporcionan la droga a intermediarios regionales y éstos a los vendedores callejeros. El dinero recolectado por todas estas operaciones seguirá el camino inverso a través de los circuitos bancarios hasta llegar a los mismísimos productores y el gobierno americano con su sofisticada tecnología no ha podido detectarlo hasta la fecha.
Por todas las circunstancias a las que se alude, se puede afirmar que el llamado combate a las drogas, no es sino un pretexto de los Estados Unidos para extender su dominio en América Latina.