¿Es la política una guerra sucia?

¿Es la política una guerra sucia?En Yurécuaro, las campañas políticas y en particular la contienda por la Presidencia Municipal se limitan, por desgracia, a debatir la personalidad de los candidatos haciendo caso omiso de los partidos que los postulan y los principios que éstos sostienen. Así, por una parte los militantes o simpatizantes de un determinado individuo combaten a sus posibles adversarios, no con ideas, sino atribuyéndoles faltas, defectos o pecados, reales o inventados, en una línea de franca y llana difamación, conocida en los medios como “propaganda negra”. Repiten, a escala menor, el espectáculo grotesco que se observó a nivel nacional en las pasadas elecciones federales. Como el de aquel partido, que no obstante que ostenta como el evangelizador del profano mundo de la política y que supuestamente trata de instaurar en él, la ética cristiana, desacreditó con calumnias a su oponente al proclamarlo: “un peligro para México”, “aliado con potencias extranjeras”, a sabiendas que todo lo habían inventado sus publicistas. El partido que no obstante sus “baños de pureza” calla ante el despojo presidencial de una inmensa zona ejidal en la costa michoacana, usurpación que se logró intimidando a sus legítimos propietarios utilizando para ello el poder del Estado. El partido que permitió a los entenados del Presidente enriquecerse, en forma escandalosa, a costa del erario. El partido que trucó las elecciones apoyado en un programa cibernético infiltrado al IFE por el cuñado de su candidato. El que se opuso a que se procesara al gobernador de Morelos que la fama pública señalaba como narcotraficante. Otro partido, que bajo el pretexto de defender la soberanía de los Estados, ha cobijado sin ningún rubor: a caciques estatales investidos como gobernadores, por obra y gracia del fraude electoral; a los que alcahuetean a pederastas; a los que avasallan al Poder Judicial para convertirlo en instrumento de venganzas personales; a los que reprimen movimientos ciudadanos que reivindican una mayor libertad política, escudándose en una supuesta seguridad nacional; a quienes la opinión pública considera como autores intelectuales de la muerte de periodistas; a los que se jactan de dedicarse al tráfico de animales en peligro de extinción. Aquel otro partido, que ha hecho de la política un negocio familiar bien remunerado, y que se alía con la formación política de cualquier pelaje, siempre que le ofrezca el mayor beneficio, que al fin y al cabo, todo lo justifica con su pretendida defensa del medio ambiente. Uno partido más allá, integrado por numerosas tribus, que asumió fiel e irreflexivamente, las directrices de aquéllas que imaginan a la Nación como una inmensa y permanente asamblea estudiantil; estimando como la actitud más seductora para las masas, el denostar impunemente a las autoridades universitarias e impedir la actividad docente. Olvidó, que en el mundo real, sólo triunfan los partidos fuertes y bien organizados, los que paralelamente a cualquier acción proselitista, deben emprender una labor constante de reclutamiento y profesionalización de cuadros directivos; una permanente capacitación tanto de los representantes electorales como de los promotores del voto, a fin de que, los primeros, estén en condiciones de proteger el sufragio, con mayores probabilidades de éxito, o para que, estos últimos, puedan desarrollar un reclutamiento fundamentado y eficiente que convenza a la inmensa franja electores indecisos y sin partido. No se piense que la situación descrita sea exclusiva de nuestro país. A nivel mundial los partidos políticos han perdido credibilidad y los grandes movimientos sociales son encabezados ahora por organizaciones ciudadanas no gubernamentales. Más temprano que tarde de ahí surgirán los hombres públicos que conducirán los destinos en sus diferentes países. Sin embargo, al momento presente no se puede exigir demasiado de esa tendencia. En el pequeño universo que es Yurécuaro, los amigos incógnitos de candidatos y precandidatos empeñan sus esfuerzos en ensalzar las fantásticas y encubiertas disposiciones de sus candidatos, para sacar adelante una serie de programas tan genéricos y etéreos, con frases tan vacías de contenido que, de asumir el gobierno, podrían dar cumplimiento a sus fantasmagóricos ofrecimientos, con verdaderos chascos. La protección de los agricultores, el incremento de la seguridad pública, la preservación el medio ambiente, el fomento de la educación o el comercio, bien podrían materializarse en la práctica, en el reparto de un costal de semillas mejoradas, la compra de diez macanas para la policía, la adquisición de tres botes de basura, en la donación de cien lápices a alumnos de primaria; o en el otorgamiento de permisos para instalar puestos fijos en el Portal de la Presidencia. Por ello, independientemente de las probables virtudes o defectos de los candidatos al gobierno municipal, es imprescindible que cada uno de ellos se comprometa, por escrito, a realizar tareas factibles, concretas y de utilidad pública… Este punto se abordará en una próxima entrega. ROGER MAJO Julio de 2007.